El cuento que publicaré a continuación fue enviado por una de las personas aludidas en la historia de "Los duros 30".  Y es precisamente ese el tema del que trata este cuento. De cómo nos cambia la vida con el paso de los años. Espero que lo disfruten.  

Escrito por Mauricio Zoran 

Hoy el cielo está neutro y perfecto. Un viento lento acaricia las hojas del álamo incitándolas a abandonar su inercia. Desde un verde claro a un café seco, pasando por un amarillo vivo, danzan al compás de la brisa. El contraste con las nubes grises es hermoso, sólo comparable a tu piel morena adornando las sábanas blancas. Quieta, no se inmuta cuando mi mano busca calor en tus suaves relieves. Llevo demasiado tiempo respetando tu sueño y decido despertar paulatinamente tus instintos. El árbol comienza a ceder al viento que lo sacude hasta lograr arrebatarle las primeras hojas. Se desprenden, flotan dando volteretas; sigo una de ellas que desfila luciendo un vestido color oro. Me das la espalda, extendiendo una sutil invitación a mis labios a recorrer desde tu nuca erizada hasta la hendidura donde nuestras fantasías se vuelven cómplices. Impulsivo, el ventarrón se desencadena y desviste con premura al álamo que ya no puede retener su follaje entregado al aire tibio. El cielo y las sabanas son perturbados por nuestros cuerpos que juegan a reconocerse; las hojas hacen piruetas resistiendo la gravedad, descendiendo en forma lenta pero luego alzadas por la ventisca que las arrastra mágicamente hacia lugares que les eran inalcanzables. Tras recorrer tu vientre y demorarse en tus senos enloquecedores, mi boca busca con fruición la tuya que le da una bienvenida húmeda y desesperada. Me gustaría hacerte el amor sobre un montón de hojas secas, te susurro con una voz entrecortada. Interrumpimos nuestras risas cuando tus piernas abiertas me permiten arrancarte un incontenible gemido. Las primeras gotas caen finas, humedeciendo poco a poco el ambiente, anunciando la tormenta próxima.

Just friends, lovers no more y rayos tímidos que iluminan el cuarto agradablemente, los recuerdos del día del parto; tú, roja y fuerte, yo embobado sin saber qué hacer y mire, papito ahí viene la cabecita, mi mirada llorosa diciendo te amo, nuestras manos más unidas que nunca y los ojos grandes, curiosos queriendo tragarse al mundo de nuestro bebé. Nuestra cambiada rutina, las interrumpidas noches velando por sus dulces sueños y las fiestas en honor a sus risas. Mis manos vuelven sobre tus muslos, subiendo y dibujando una sonrisa entre tus pelos sueltos y la temida pregunta, ¿qué hora es?, no te preocupes ya puse a calentar la mamadera y te levantas igual porque no planchaste tu blusa anoche, ¿nos duchamos juntos? No, prefieres que lo haga yo primero mientras tú vistes al niño, por fin es viernes; sí, me dices, anunciaron lluvia para esta tarde, lleva paraguas. Un día más de oficina, corriendo con los informes que debía terminar esta semana, pensando en pasar a comprar pasteles para las onces que comeremos apenas porque estaremos jugando a ser buenos padres, el baño antes de acostarlo, yo lo termino de secar, tú preparas la última mamadera, se duerme después de sobarle la espaldita y de cambiarlo diez veces de posición previniendo un posible reflujo. Podemos dedicarnos unas caricias antes de posar nuestras cabezas sobre las almohadas y entregarnos a un abrazo que será el preámbulo del merecido descanso, nada más. Abro los ojos, me adelanto a las quejas y le llevo su leche entre tibia y caliente, como le gusta, lo dejo durmiendo, me lanzo de vuelta a la cama, las sábanas tibias y mi espalda agradecida, tú, bella y deseable durmiente, contengo los besos y caricias acumuladas. Hoy el cielo está neutro y perfecto…

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